El ascenso de Rauw Alejandro a superestrella del reguetón: megahits, baile, rivalidades y fans que le lanzan lencería
L o más probable es que no sorprenda a nadie que la estrella puertorriqueña Rauw Alejandro —con sus miles de millones de reproducciones en plataformas y el cartel de “entradas agotadas” en sus grandes conciertos— no vaya por la vida a medio gas. Aun así, su compromiso con la victoria no deja de ser asombroso mientras atraviesa un campo de paintball cerca de Miami una mañana en la que cae un sol de justicia. Se mueve con el aplomo de un general lleno de condecoraciones. El artista de 29 años, que suele mostrar una sonrisa blanca como la nieve que brilla con diamantes de verdad —incrustaciones hechas por el dentista—, demuestra una seriedad letal mientras examina a sus compañeros de equipo —entre quienes me encuentro—, valora sus destrezas y asigna tareas.
Rauw ha encontrado un hueco en su apretadísima agenda, repleta de ensayos, conciertos y sesiones en el estudio una detrás de otra, y ha aprovechado para reunir a un grupo de unos quince amigos, entre ellos, Luis Jonuel González Maldonado, Mr. NaisGai —su productor habitual— y el artista de reguetón Lyanno, que ronda por aquí con un casco de aspecto apocalíptico. Algunos de ellos han formado parte de su círculo desde que el artista empezó a subir canciones más en serio a SoundCloud, hace más o menos ochos años, por lo que están acostumbrados a verlo canalizar su competitividad extrema a través del deporte. Yo, sin embargo, no me había imaginado que la actividad de hoy estaría lejos de lo lúdico, y cuando se lo digo, su respuesta es, en parte, la de un entrenador de juveniles, en parte la de una galleta de la fortuna: “Hay que ir a por todas”.
Rauw lleva una sudadera negra abrigada bajo una camiseta con la cara de un león estampada —fue previsor y se puso varias capas para evitar los perdigonazos de las bolas del paintball—. Me pone al cargo de la defensa, pero a los pocos minutos de empezar a jugar, me explota una bomba en la mano. Mientras me curo penosamente un dedo que me sangra, el coreógrafo de Rauw, del equipo contrario, Félix Burgos “Fefe”, se lanza cuan largo es hacia la zona que se supone que tengo que proteger; una maraña de pelo rojo y extremidades larguiruchas que sale volando y gana la primera ronda. La victoria le dura poco; Rauw se cala el casco y cruza corriendo el campo, como si le hubieran acelerado la velocidad; en las siguientes dos rondas, se lleva la victoria para su equipo, como había planeado.
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Una vez se ha amortiguado el petardeo de las pistolas de pintura, Rauw vuelve a bromear con sus amigos; tiene una risa entrecortada que suena como un bucle vocal atrapado en su garganta. Se describe como alguien bastante “low-key,” que dice él, una persona discreta., aunque esa determinación tan auténtica que tiene de poner patas arriba la industria hispanohablante es en gran parte lo que lo ha catapultado al estrellato de manera salvaje y estelar. En la música latina, que sigue encabezando los ingresos globales de la música en EE. UU., Rauw ha topografiado un sendero poco habitual, es una triple amenaza y un nuevo tipo de estrella: un artista carismático con el baile en las venas, cuya dulce manera de cantar, sus coreografías ágiles y su oído rebelde para la producción musical nos dan algo radicalmente diferente en el mundillo del reguetón, aunque su música se pueda clasificar dentro de ese género. Su sonido, futurista y muy en deuda con el R&B, ha agotado entradas en todo el mundo. Tiene fans en lugares tan dispares como Zaragoza (España) o Milwaukee que le lanzan el equivalente a cajones llenos de lencería mientras se desgañitan cantando el exitazo seis veces disco de platino “Todo de ti”.
“Es un artista emocionante”, dice Tainy, el megaproductor que ha cincelado el sonido del reguetón contemporáneo. “Ver lo que está haciendo, lo que es capaz de hacer, la melodía y el tono de su voz, y cómo lo combina con sus ideas… Cómo piensa en los pasos que va a dar, en lo que va a hacer el público… Es algo verdaderamente especial. Su crecimiento es de locos”.
Pero junto con el brillo de su ascenso a la fama y la serenidad, discreta y modesta, de su presencia, en Rauw también vemos ambición: “Lo veo como una persona que quiere ir más allá”, me dice su buen amigo y colaborador el rapero Álvaro Díaz. “En plan: ‘Ah, ¿que me dices que no sé bailar? Espera y verás’. ‘¿Que se supone que no he de hacer eso? Allá que voy’. ‘¿Que dices que no va a funcionar? Vale’. Es como si todas esas cosas lo empujaran a ir a por todas”.
La palabra que Díaz utiliza para describir a Rauw es “hambriento”. Su avidez empezó a construirse durante unos años de penurias económicas y frustración en Puerto Rico, llevándose un chasco tras otro en el ámbito profesional. Gran parte de su vida estuvo entrenando para convertirse en jugador de fútbol. Pero su intento de dar el salto al nivel semiprofesional en Estados Unidos no acabó bien y tuvo que volver a casa, donde se pasó un tiempo en el purgatorio de los trabajitos en el sector del comercio antes de ver cuál sería su siguiente jugada. Cuando aterrizó en el mundo de la música, todo fue despacio: los primeros temas que subió a SoundCloud no cosecharon más que un número modesto de reproducciones, a lo sumo cien por canción. “Es como si solo te escucha tu abuela”, dice con una risa mordaz. Su sonido poco ortodoxo tardó un poco en cuajar; al principio nadie entendía su vertiente como bailarín. Y entonces, cuando estaba empezando a hacerse un nombre en su tierra, el huracán María arrasó la isla en 2017; tras su paso, dejó una estela de devastación de la que mucha gente todavía no se ha recuperado.
En Puerto Rico, las dificultades económicas están directamente ligadas a una historia de colonización y explotación a manos del Gobierno de Estados Unidos. Durante un tiempo, la carrera de Rauw no dejaba de toparse con callejones sin salida, cuando lo único que quería era cuidar de su familia: “Los veía sufrir. No quieres verlos tristes. Te acercas y preguntas: “¿Por qué estás triste?”. Y luego te enteras de que es porque no tienen dinero. Las necesidades. Todo eso”. Intentaba encontrar un plan para salir adelante, la manera de que no tuvieran que depender de nadie más. “Esa era la razón principal por la que quería triunfar en la música, en la vida”, dice. “No quiero que mi familia tenga que depender del Gobierno. Que le den al gobierno. Yo pensaba: ‘Voy a fundar mi propio sistema'”.
“No quiero que mi familia tenga que depender del Gobierno. Que le den al gobierno. Yo pensaba: ‘Voy a fundar mi propio sistema’”.
El sistema en cuestión se ha revelado en los últimos años. Acabó 2020 en la cresta de la ola tras lanzar su primer disco, Afrodisíaco, aquel mismo noviembre. Un álbum lleno de las melodías envolventes que son el sello de identidad de Rauw, desplegadas sobre el ritmo más machacón del reguetón de la vieja escuela. A partir de ahí, en 2021, llegaron una avalancha de colaboraciones; entre ellas, el dueto “Baila conmigo” con Selena Gómez, que fue su carta de presentación ante públicos más cercanos al pop. Pero lo que acabó siendo un terremoto en su carrera fue Vice Versa, su disco del pasado junio, una apuesta experimental que cambió de arriba abajo su sonido, de manera ágil e inesperada, como si hubiera accionado un interruptor secreto. El álbum está lleno de sonido electrónico, como los breakbeats atronadores del drum-and-bass de “¿Cuándo fue?”. “Todo de ti”, un sencillo inspirado en los ochenta tan brillante como una bola de discoteca, llegó al puesto número dos en la lista de los 200 éxitos globales de Spotify y registró 400 millones de visualizaciones en YouTube, más que “Drivers License”, de Olivia Rodrigo o “Happier Than Ever”, de Billie Eilish.
Desde entonces, no ha parado quieto. Aunque tiene una agenda frenética, también ha podido paladear de momentazos de su carrera con los que sueñan hasta los artistas más consagrados: en octubre, agotó las entradas durante cuatro noches en el célebre Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot, un espacio con capacidad para 18500 personas que se ha convertido en escenario de un rito de paso para las estrellas más rutilantes del reguetón. Aproximadamente un mes después, ganó su primer Grammy Latino por mejor fusión/interpretación urbana, con su remezcla de la canción “Tattoo”, junto con el cantante colombiano Camilo. Un par de días después recibe una llamada de la oficina de su representante: Afrodisíaco estaba nominado a mejor disco de música urbana en los Grammy.
Entretanto, Rauw ha estado ensayando sin parar. La primera vez que nos vemos, a finales de noviembre, le quedan pocos días para el que cree que será su concierto número 63 del año. Está sin camiseta en el set de maquillaje, los tatuajes le cubren casi cada centímetro del pecho. Se está preparando para ir al desfile especial de Louis Vuitton primavera/verano 2022, que se ha convertido en una ceremonia en memoria de Virgil Abloh. Rauw, que ama la moda y se considera un gran fan de Abloh, tiene exactamente veinte minutos antes de que una flota de yates de primera donde viajan casi todas las celebridades del planeta —Kanye West, Kim Kardashian, Pharrell Williams— zarpe y ponga rumbo hacia el desfile, que se celebrará en el Estadio Marino de Miami. Una mujer se arrodilla delante de él con una lámpara de LED para las uñas, le hace la pedicura y la manicura más rápida del mundo.
Rauw está sentado, con calma, pero está en tres lugares a la vez: hablando conmigo, charlando con su asistente personal, que está por allí cerca, a la vez que levanta la cabeza para que el barbero le pueda hacer diminutos e imperceptibles retoques en las cejas, todo para potenciar su belleza. En el móvil de alguien empieza a sonar “Todo de ti”; la canción le persigue como un recordatorio de doble filo, tanto de sus logros más recientes como de las expectativas de la gente: temazos que escalen a toda velocidad por las listas y revienten los medidores del streaming. “Hacer buena música no es fácil, en plan, éxito tras éxito”, dice Rauw. “Sientes que te vuelves más pejiguero. Es como: ‘Uy, mierda, tengo que ser más estricto, con el sonido, las letras, las melodías, todo…’. A veces es estresante”.
Rauw aún tiene que dar un par de conciertos antes de que acabe el año, luego se encerrará en el estudio para darle los últimos retoques a Trap Cake Vol. 2, un proyecto en el que, según él, persisten las raíces trap y R&B que sus fans de siempre reconocerán de sus días más underground. (El puertorriqueño tiene planeado sacarlo para finales de abril). Luego empezará la grabación de otro disco, previsto para finales de año. En marzo, la gira vuelve a ponerse en marcha. El mayor desafío, dice Rauw, es el control de calidad. “Estás con los videoclips, con los rodajes, con la producción, con los conciertos. Por algún sitio se va a liar. Es casi inevitable. Pero así son las cosas”, dice, con resignación. Una pareja entra en la habitación haciéndole saber la hora, se está agotando el tiempo para llegar al desfile.
Rauw nos cuenta cómo descomprime. “Intento estar con mi novia, dice, refiriéndose a la cantante Rosalía. “Nos vamos fuera los fines de semana, cuando podemos”. La pareja hizo oficial que estaban juntos en Instagram, el pasado septiembre, después de que sus fans se pasaran más de un año inspeccionando todas y cada una de sus fotos, además de sus frecuentes interacciones en redes sociales. Nos confiesa que también se relaja con actividades más elaboradas, como el paintball, yendo en moto y haciendo jet ski con los amigos, cuando saca un hueco. Pero lo cierto es que la necesidad de seguir sacando cosas adelante la tiene grabada a fuego. “Intento divertirme, pero soy adicto al trabajo. Cuando estoy un par de días fuera, me da una cosa como de, ‘¿qué pasa?'” dice, mirando a su alrededor, haciendo un gesto como de ponerse nervioso. “Necesito trabajar”.
Despejan la habitación para que Rauw se pueda cambiar y sale vestido de Louis Vuitton de los pies a la cabeza: uno de los estilismos de la colección masculina de 2021, compuesto de un suéter marrón de cuello de tortuga salpicado de diminutos logos de LV, pantalones a juego acampanados y lo que parece un gigantesco cinturón de campeón de lucha libre. Al final, por supuesto, embarca a tiempo y descubre que le tocará navegar hasta el estadio con Ricky Martin, a quien no había conocido antes en persona.
Los dos charlan sobre el desfile y graban un vídeo que Rauw sube enseguida a sus historias de Instagram. “Ahí va Ricky, tranquilo”, narra en español. “Tirao pa’tras, cogiendo sol”. Ricky Martin hace el símbolo de la paz y bromea: “¡Pasándolo mal!”. El barco acelera, dos generaciones del pop latino surcando a gustísimo por las espumosas aguas de Miami.
Un encuentro informal con un icono del pop como Ricky Martin es algo con lo que Rauw, nacido Raúl Alejandro Ocasio Ruiz, solo podía soñar de niño. Cantaba y bailaba en los concursos de talentos de la escuela y, mientras me describe algunas de sus actuaciones, se arranca con algunas canciones luminosas y románticas que fueron populares en la radio hispanohablante a principios de los años 2000. “Canté aquella de David Bisbal, el español, ¿cómo era? “Ave María, ¿cuándo serás mía?”. Y de Luis Fonsi: “No te cambio por ninguna”, entona, dando en el clavo con cada nota. Hizo su gran debut sobre los nueve años, haciendo playback con boleros tradicionales puertorriqueños y vestido con un traje en miniatura y una guitarra diminuta. Pero, aunque siempre le atrajo la música y actuar, su plan siempre fue jugar a fútbol de manera profesional.
Cuando Rauw tenía unos siete años, estaba dándole patadas al balón fuera de la escuela, esperando a que su madre lo recogiera. Cuando ella llegó, un jugador de fútbol retirado que se llamaba Richie Romano se acercó y les sugirió que se pasaran por una tiendecita de deportes que regentaba. Justo allí, Rauw decidió unirse al equipo infantil que Romano entrenaba. No salieron de la tienda sin que su madre le comprara su primer par de botines. Aquella noche, no se los quitó ni para dormir. El fútbol se convirtió en su gran pasión de niño, se lo tomó más en serio a medida que fue creciendo. Su héroe era Cristiano Ronaldo. “Me encantaba cómo lo adoraba la gente. Y yo pensaba: “Quiero ser él”. También por cómo mantenía a su familia”, recuerda. “En YouTube estaban esos vídeos con episodios sobre su vida, tenía suficiente dinero para comprarle una casa a su madre, su familia, a todo el mundo. Yo quería ser él”.
La familia de Rauw vivía en una casa pequeña de dos dormitorios en Palma Sola, parte de la región norteña de Canóvanas, en Puerto Rico. La zona de campo, montañosa, llena de árboles, con un arroyo cerca. Se iba la luz a menudo y no había agua caliente, pero añora la tranquilidad de aquel lugar. Rauw recuerda que su abuelo, Alejandro, se sentaba en el porche con una guitarra, silbaba y se inventaba melodías. El artista piensa que aquellos sonidos anidan en algún rincón profundo de su inconsciente. Compartió habitación con su hermana mayor gran parte de su vida, hasta que la familia levantó una endeble pared de pladur para dividir el espacio. Se despertaban al romper el alba para ir a la escuela, que estaba en la ciudad aledaña de Carolina, al este de San Juan (uno de sus compañeros de clase fue el rapero Anuel AA). “Siempre tuve un poco de ciudad, pero cuando volvía a casa, lo que había eran granjas”, dice Rauw.
Más adelante, cuando tenía unos 12 años, sus padres se divorciaron. Su madre se instaló de manera permanente con él y con su hermana en Carolina. Nunca volvió a casarse y alquiló un piso pequeño, trabajaba todo el día como administrativa gubernamental para sacarlos adelante. Ahí es cuando Rauw empezó a ver el fútbol como un camino para cuidar de ella. Fue a la Universidad de Puerto Rico, en Carolina, y en 2013 empezó a entrenar en Florida con la esperanza de que lo llamaran para la Premier Development League, la liga semiprofesional (ahora llamada USL League Two). Sus jornadas eran largas y agotadoras; entrenaba durante horas además de combinar tres trabajos. Llegado a un cierto punto, quedó claro que sus sueños no se estaban cumpliendo. Aunque en el pasado ha hablado de que un par de lesiones obstaculizaron su carrera, ahora añade que el principal problema que le puso fin a su sueño de triunfar en el fútbol fue psicológico: el agotamiento y la decepción de apostarlo todo por algo que, simple y llanamente, no iba a hacerse realidad.
“Cuando te esfuerzas tantísimo por algo y no te sale, te frustras. Además, yo tenía problemas económicos, personales, con mi familia, muchísimas cosas”, dice. “Mi familia no tenía dinero, así que llegas a casa y todo son peleas: ‘No hay dinero, no hay dinero’. El fútbol me quitaba mucho tiempo y no veía la luz”. Un par de cazatalentos lo llevaron a Europa para jugar un partido que no fue bien, más confirmaciones de que el deporte no era lo suyo. “Era como: ‘Mira, bro, sé que quieres ser jugador de fútbol, pero no van a ir por ahí las cosas'”.
Rauw volvió a la isla, abatido. Siguió con sus trabajos en tiendas —con los años, fue haciendo malabares haciendo horas en Aldo, Guess y TJ Maxx— y también como camarero en bodas. En Florida, había empezado a componer música por afición y le sorprendió que un compañero de piso lo animara a sacarla. Empezó a pasar tiempo en estudios caseros, a improvisar con toscos ritmos trap de su cosecha. Sin embargo, Rauw era más cantante que rapero, por lo que su música sonaba más suave.
Por esa época, se hizo una página de Facebook a la que subió alguna de las canciones en las que había estado trabajando y llamó la atención de su futuro colaborador, Mr. NaisGai, que había ido al colegio con él. “Tenía una propuesta diferente”, dice Mr. NaisGai. “En Puerto Rico, lo que más se oía era reguetón y, en ese momento, Rauw estaba haciendo R&B con flow americano”.
A mediados de la década de 2010, algo se estaba cociendo en el underground puertorriqueño. Artistas como Álvaro Díaz y Myke Towers también habían encontrado un nicho haciendo canciones influidas por el hip-hop en lengua inglesa y la cultura de internet, y habían empezado a lanzarlas por su cuenta, sin sello ni otro tipo de respaldo.
Rauw cuenta que aquel panorama se desarrollaba en paralelo a otro, compuesto de nuevas caras en el mundo del trap y del reguetón, como Anuel AA, Bryant Myers y Ozuna. “Éramos más como indie underground, más modernos, más interesados por la moda, Rick Owens”, recuerda el artista. “Los otros iban más del rollo reguetonero, pantalones cargo, gorras ajustables”. En cierto momento, ambos grupos convergieron y empezaron a recibir el amor de los veteranos de Puerto Rico, como De La Guetto, Arcángel y Nicky Jam; una colisión como el Big bang en la música puertorriqueña que desembocó en colaboraciones estratosféricas que llegaron a millones de oyentes.
De todos los artistas que estaban haciendo ruido en la isla, un joven de 25 años que curraba en el supermercado local Econo entró en el mainstream por la puerta grande y se convirtió en la megaestrella que es ahora: Bad Bunny. Rauw y Bad Bunny, en realidad, se conocieron en un estudio en Carolina durante aquellos primeros años y hablaron de la idea de colaborar algún día. Aun así, cuando Bad Bunny triunfó, dice Rauw, vio su ascenso como una victoria gigantesca. “No importaba quién triunfara primero, creó una puerta, una puerta abierta a un nuevo movimiento”, añade. “Porque si la gente lo está petando con la música, hay otro puñado de artistas que están haciendo exactamente lo mismo, a su manera”.
Corría el año 2016 y Rauw daba conciertos por su zona. Una vecina le dio el teléfono de un representante al que conocía, Eric Duars, que trabajaba con grandes nombres del reguetón, como Zion Y Lennox y De La Ghetto. Rauw se puso en contacto con él, pero nunca recibió respuesta. Sus caminos volvieron a cruzarse en el futuro, en un megaconcierto de trap en el que Rauw actuaba con el rapero Rafa Pabón, que los presentó. “Y entonces esperé otros tres meses, más o menos”, recuerda Rauw. La espera dio sus frutos al año siguiente: Duars lo fichó para su sello, Duars Entertainment, en enero de 2017.
Rauw siguió colaborando con sus compañeros de las trincheras de SoundCloud y, por un segundo, parecía que estaba cogiendo carrerilla. Luego el huracán María llegó a Puerto Rico y se convirtió en uno de los peores desastres naturales de la historia del Caribe. Murieron unas 3000 personas, miles de casas acabaron destruidas y otras no tuvieron electricidad de manera regular hasta casi un año después. Grabar música estaba descartado. “Si eres un artista local y tu ciudad se para, no puedes hacer nada. No te mueves”, dice Rauw, mientras añade que estrellas emergentes como Bad Bunny quizá tuvieron más opciones para grabar internacionalmente. “Pero yo, Myke Towers, Brray… Estábamos allí estancados porque no teníamos tanto tirón. Nuestro ámbito era la isla y la isla estaba congelada”. Volvió a trabajar en comercio: Rauw había empezado en Nordstrom y había pedido que lo trasladaran a cualquier otra parte. Lo enviaron a Nueva Jersey, donde estuvo fuera de juego otro año. Al final, en 2019, Duars le prometió un salario modesto si volvía a la isla y se dedicaba en exclusiva a producir música en serie en el estudio. A Rauw le faltó tiempo para volver corriendo a casa.
Pasar horas en un estudio era tan solo una parte de lo que Rauw tenía en mente. Sabía que quería hacer algo diferente en el escenario, algo que no estuviera haciendo ningún otro artista de Puerto Rico. “Yo pensaba: ‘Ahora mismo, no hay bailarines latinos'”, dice el artista.
El baile es central en el reguetón; es un género que se ha vendido como música de baile, al fin y al cabo. Gran parte del movimiento asociado con el género viene del perreo, un estilo de baile inherentemente negro que la académica Katelina Eccleston, “Gata”, describe como “sexo con la ropa puesta” y que representa una historia de resistencia de la comunidad negra. “A través del perreo, el reguetón cambió el sentido de los pasos de baile para hacerlos más universales”, dice. Con los años, los artistas han introducido otros estilos de danza en el género: Vico C, un rapero que está considerado uno de los padres fundadores del reguetón, aportaba el aire de b-boy y coreografías inspiradas en el hip-hop a sus conciertos y videoclips de los años noventa. Antes de sufrir una lesión de rodilla, Randy Ortiz, del dúo Jowell & Randy, jugaba con pasos del pop-and-lock en sus primeros años de carrera, algo que a Rauw le encantaba. Lenny Tavárez y Nio García también bailan, aunque no tienen un alcance tan global como Rauw.
Artistas pop puertorriqueños como Chayanne y Ricky Martin, a los que Rauw admiraba de niño, también son conocidos por sus bailes enérgicos al más puro estilo boy band. Sin embargo, él también quería canalizar las aportaciones de los artistas del mundo anglosajón, sobre todo Usher, Justin Timberlake y Chris Brown. (“A Rauw le ha influido muchísimo la cultura estadounidense”, dice Díaz). Quería hacer lo que hacían ellos, su admiración era profunda; hasta seguía las cuentas de Instagram de los equipos de bailarines que habían trabajado con Brown.
Uno de esos bailarines era Burgos, un sorprendente artista puertorriqueño con una melena color castaño cobrizo. Nacido en Bayamón, aunque en parte se había criado en Florida, Burgos hizo seis giras con Brown y daba talleres de baile en Puerto Rico. Recuerda cuando Rauw apareció en una de sus clases en 2018, con una camiseta negra del Conde Draco de Barrio Sésamo: “Va y entra uno con un estilo muy molón, con trencitas”, recuerda Burgos. “Era moderno, de la nueva escuela”. La gente de la clase sabía quién era, pero tampoco era la estrella del grupo. “Era difícil”, confiesa Rauw, riéndose.
“Hay [parejas] de estrellas del pop en las que todo es como una telenovela. Odio esa mierda. [Rosalía] y yo somos algo real”.
El estilo de baile de Burgos es rápido, enérgico y fluido, inspirado en un sinfín de cosas: del hip-hop al funk o la salsa. Al principio no le hacía especial gracia coreografiar para alguien del mundo del reguetón. “El reguetón tiene el mismo patrón [rítmico], siempre. Y siempre que oyes reguetón no quieres bailar, solo quieres perrear” dice. Pero le atrajo el hecho de que Rauw quisiera ir más allá. “Me decía: “Estoy bailando””, recuerda Burgos. “La diferencia entre él y el resto es que iba a por todas con lo que quería. A mucha gente le puede la presión de “Uf, igual no molo lo suficiente””.
Aun así, Rauw no nació con el don natural del baile como Usher o Timberlake. Fue otra parte de su carrera que requirió horas de compromiso inalterable. “Tuve que deconstruirlo y a partir de ahí crear una especie de “tienes que sentirte cómodo haciendo esto, sentirte cómodo en el escenario. Tienes que sentirte cómodo tirándote al escenario””, dice Burgos. Esa coreografía más escandalosa y desvergonzadamente provocadora ahora es parte del espectáculo y suele acabar con el público gritando. La mujer de Burgos, también colaboradora suya, Denise Yuri-Disla, pasó más de diez años bailando para artistas como Don Omar y Daddy Yankee, y dice que montaban “superespectáculos” en los que subían al escenario entre diez y doce bailarines, casi siempre mujeres. Yuri-Disla añade que la diferencia es que Rauw está en primera línea e interactúa con el elenco de baile, que son tanto chicos como chicas, y los sigue con la coreografía. “Lo que hacen Rauw y Fefe es una vuelta de tuerca completamente diferente. Ahora no hay manera de que no repares en los bailarines. Siempre se despliega una historia. Están diciendo algo”, explica. “Es como un espectáculo de Broadway”.
Ver a un artista de primer nivel del mundo del reguetón sacar adelante una coreografía compleja no es algo que el público pueda esperar de un concierto o un videoclip de Maluma, J Balvin o Bad Bunny; el baile se ha convertido en uno de los rasgos definitorios de Rauw. Burgos lo ve experimentando incluso con otros estilos de movimiento. En la reciente interpretación de Rauw de la canción “Desenfocao'”, Burgos lo animó a que intentase bailar con una teatralidad más pomposa, como el Joker.
Pero, aunque el estilo de Rauw ha aportado algo innegablemente nuevo al género, también ha habido gente crítica con sus visos más suaves. Estamos en el hotel Four Seasons de Surfside y Rauw se sumerge en las partes más nudosas e intrusivas de la fama. “Hoy en día, internet es tóxico”, dice. “La gente exagera las cosas y hay mucho hater”. Parece que lleva las riendas del escepticismo, aunque durante el verano hubo trifulca entre él y el artista de reguetón Jhay Cortez, que lo ha criticado por considerarlo una “estrella del pop.” Rauw hace referencia a la tensión durante nuestra charla y dice: “Estoy en paz con el mundo. Tuve mis cosas con un artista que la gente conoce en Puerto Rico”. Le pregunto a quién se refiere y hace un gesto desdeñoso con la mano. “No quiero mencionar su nombre en mi entrevista. Pero tonterías. Me da igual. Siempre voy a ser yo mismo y siempre voy a respetar mi visión”. Le sale su lado de púgil: “Soy una persona tranquila, pero soy de Puerto Rico. Si te metes conmigo, soy un gallito de pelea. No me achanto”.
Después de nuestra charla, en los días antes de Navidad, Rauw lanza un diss —un tema para meterse con alguien— dirigido a Jhay, llamado “Hunter”, rematando el año sensacional que ha tenido. Jhay responde tuiteando una foto de un certificado de defunción falso para Rauw, y luego lanza una canción de siete minutos, “Enterrauw”, en la que incluye un verso en el que lo critica por apoyar al “abusador de Chris Brown”. En el rifirrafe, Cortez publica una letra muy cruda dirigida a Rosalía en una remezcla filtrada de la canción “Si Pepe”. Más tarde, Rauw devuelve el golpe con “JhayConflei”, una canción que sube a SoundCloud donde hace diferentes referencias también crudas a la novia de Cortez, Mia Khalifa, y a su pasado como actriz de películas para adultos, aunque el tema desaparece enseguida de la plataforma.
Por su vertiente como bailarín, a Rauw lo han comparado mucho con Brown. “Si ves a Chris Brown bailando, es una locura. Ese es el listón, así que empecé a ensayar y ensayar. Ahora me defiendo”, dice Rauw. También es fan declarado de Brown, que ha sido una presencia recurrente en la música latina (ha colaborado con Prince Royce y Bad Bunny lo subió al escenario durante su gira de 2018 La Nueva Religión).
En septiembre, Rauw apareció en “Nostálgico”, un sencillo del artista jamaicano Rvssian, donde también salía Brown. A pesar de ciertas críticas, Rauw dice que la gente de la industria musical le escribió para felicitarlo; una respuesta que refleja la ambivalencia que persiste en el sector hacia Brown, que ha sido acusado de agresión en diferentes ocasiones desde su agresión a Rihanna en 2009, que fue muy notoria. Con los años, este tema se ha filtrado hasta en el reguetón: raperos como Anuel AA han atraído críticas por colaborar con Tekashi 6ix9ine; más recientemente, Farruko fue condenado por utilizar un sample de R. Kelly. “Es un tema muy delicado”, dice Rauw con pies de plomo cuando le pregunto sobre este tema. “Yo me he criado con mujeres. Las mujeres son mi inspiración. Las respeto. Todo lo que vaya en su contra para mí es un ‘no’. Al mismo tiempo, mi madre me enseñó a perdonar a la gente, a ser sensible, a intentar escuchar y a no vivir con resentimiento. Vivir con rencor no es bueno, es como un veneno. No defiendo a nadie. No soy abogado. Pero tampoco juzgo a la gente”.
Aunque la música de Rauw es decididamente apolítica, él también tiene sus opiniones personales sobre las injusticias que ha vivido Puerto Rico. En cierto momento me dice: “Puerto Rico sufre mucho, empezando por el Gobierno. El Gobierno es una mierda”. Pero no se mete en cuestiones sobre la categoría de Estado de su tierra o las políticas de la isla. “No sé mucho de política”, dice. “Puede que sea un poco ignorante, pero no lo llevo dentro”.
Mientras que Bad Bunny y Residente han utilizado su música para formular críticas lacerantes al Gobierno, Rauw afirma que él “no es ese tipo de artista”. Parece que dice y se desdice. “Creo que Dios, a cada cual, le encomienda tareas distintas”, apunta, pero añade que apoyaría movimientos con artistas que luchan por la isla. “Si tengo que estar ahí para representar a mi isla y a mi gente, lo haré”. Su casa, dice, sigue siendo su mayor inspiración y cree que su labor es hacer música para los puertorriqueños.
Su vida personal también desempeña un papel en su música y sus fans están particularmente interesados en cómo lleva su relación con Rosalía. “Hay gente a la que le encanta el drama, pero nosotros no somos así”, dice Rauw. “Hay un montón de parejas de estrellas del pop en las que todo es como una telenovela, odio esa mierda. La odio de verdad. Nosotros somos algo real. Llevamos juntos un tiempo”.
No dice cuánto tiempo es ese “un tiempo”. Sus fans especulan que sus caminos se cruzaron en los Grammy Latino de 2019, aunque la pareja llevó los comienzos con discreción. Le pregunto cuándo se conocieron y empieza a decir: “20…”, pero para enseguida. “No lo puedo decir”, dice riéndose. Al final lo hicieron público después de que un paparazzi los cazara cogidos de la mano a la salida de un exclusivo restaurante de West Hollywood. “Vimos a todos los paparazzi y yo en plan: ‘Oye, ¿qué hacemos?’. Y me dijo: ‘¿Sabes qué? Estoy harta’. Y yo: ‘A tomar por culo, vamos allá’. Me sentó bien, así que salimos cogidos de la mano del restaurante. ¿Qué quieres que te diga? Sí, estamos juntos”.
La relación ha tenido una influencia sutil pero clara en la música de Rauw. El pasado invierno habló con Rolling Stone y ya mencionó a Rosalía, sin decir que estaban saliendo, solo que había aportado sus dotes como productora a “Dile a El”, la primera canción de Afrodisíaco. Ahora admite tímidamente: “Sí, ya estábamos juntos”. También le ayudó con la segunda canción del disco, “Strawberry Kiwi”. “Le dije: “Necesito algo de primera, estoy un poco atascado”, y se sentó conmigo y sacó algo espectacular”, recuerda Rauw. Apunta que él también ha estado presente para darle ideas para sus proyectos. “Nos respetamos. Es lo principal”, dice. “No estamos centrados en hacer música juntos. Si pasa, sí, pues adelante. Tenemos intención de hacerlo, pero no es algo que vaya a pasar ahora”. (Sobre el anticipadísimo nuevo disco de Rosalía, Motomami, nos adelanta: “Es espectacular, espectacular. Cuando escuché el disco entero, fuaaa. Es la mejor del mundo y de todos los tiempos. Es innovadora. Está creando sonidos nuevos”).
Cuando recogió un galardón en la gala de premios de Los 40 Principales en España el pasado otoño, le dio un beso a Rosalía en el escenario y la llamó “su musa”. Aun así, se apresura a desmentir que todo lo que escribe sea directamente sobre ella. “No todas las canciones van sobre ella específicamente. Puede ser mi musa, pero me inspira en diferentes sentidos: sonidos, en temas de producción, no de manera literal. La gente se confunde. Ahora mismo, si saco una canción triste, no tiene nada que ver con mi vida personal”, explica. Sí que admite una cosa: una romántica balada llamada “Aquel Nap ZzZz”, salpicada de pinceladas de bolero y fragmentos de la voz que caracteriza a Rosalía, está inspirada en su relación. “Esa es literalmente para ella”.
La música de Trap Cake Vol. 2 es un poco diferente: “Estoy explorando nuevas maneras de interpretar, cómo canto, cómo rapeo, más melodías raras, afinación. Es bastante underground, explícito, pero tiene una parte dulce”, dice Rauw. Ha empezado a encargarse de gran parte de la producción, a trastear con Ableton y a aprender más de la construcción de las canciones. Hace poco se abrió una cuenta de Instagram con el nombre @akaelzorro, el seudónimo que utiliza cuando se le acredita como productor. “Nadie entiende lo que tienes en la cabeza, así que es más fácil hacerlo que explicárselo a alguien”, dice.
En el mundo de la producción ve un posible nuevo paso para su carrera. “Cuando me retire, bueno, no me voy a retirar, pero cuando quizá haga un parón, igual me apetece producir para más gente”, dice. Aunque la idea de dejarlo queda lejos. Ha conseguido mucho de lo que tenía previsto: su música suena en casi cada rincón del planeta. Se ha convertido en el artista que quería ser. Y su madre ya no tiene que pasarse el día trabajando; en vez de eso, viaja con él cuando puede.
Pero, aun así, siente que tiene que mantener vivo el impulso que ha cogido su carrera: “Creo que con lo trabajadora que es mi familia… me hace a mí ser como ellos. Quiero ser un currante todo el tiempo”, dice. Sí que fantasea con el día en el que pueda tomarse un respiro durante el tiempo que quiera. “Llegará un momento en el que diga: “Quiero tomarme un año libre”. El 1 de enero, miraré el techo y diré: ‘¿Qué cojones voy a hacer hoy? No tengo nada planeado hasta el 31 de diciembre'”. Pero entonces empieza a reírse de lo absurdo que le parece. “Algún día, algún día”.
Traducción de Núria Molines Galarza